Equis

El Centro de las Artes de San Agustín presenta su X edición del diplomado en artes visuales. A lo largo de diez años, esta sede ha recibido distintas propuestas con el fin de construir un espacio de intercambio y diálogo, el cual han coordinado Laurena Toledo y Luis Felipe Ortega; en esta ocasión, han sido acompañados por Sol Henaro, Richard Moszka y quien suscribe. Esta décima exposición celebra un periodo de producción y vínculo a través de la participación de Tonatiuh Cabello-Morán, Fernanda Farjeat, Viri Florentti, Foreman, Kasser Sánchez, Mauro Pech, Mariana Rodríguez, Georgina Santos, Benjamín Torres y Daniel Villela. El título de esta muestra rinde homenaje al mismo número de encuentros llevados a cabo, al tiempo que retoma la simbología numérica para remitir, en su mismo significado, a una condición genética. El diseño refiere a los propios cruces que existen entre las obras expuestas al tiempo que resalta los puntos de encuentro y las temáticas generales, que oscilan entre la poética, el ritual, la enfermedad, la búsqueda, la repetición.

Las obras de Tonatiuh Cabello-Morán, Fernanda Farjeat y Viri Florentti coinciden en utilizar la imagen, en fotografía y video, como vehículo de exploración. Dichas aproximaciones son enriquecidas en su misma condición de montaje, a manera de una reformulación táctica. A partir de estos formatos, presentan una reflexión que pone en cuestionamiento la temporalidad en relación con los rastros: ya sea como ausencia del referente simbólico para dar paso al paisaje habitado, en la serie de Cabello-Morán; como acción y cruce narrativo, en el registro de Farjeat, o como un nuevo archivo que funciona también como transparencia y radiografía de todo un habitar, en las cajas de luz de Florentti.

Tanto Mariana Rodríguez como Daniel Villela exhiben reflexiones íntimas sobre la enfermedad. En el caso de Rodríguez, la artista da cuenta de una acumulación diversa de información personal que atraviesa y, a la vez, quiebra la misma idea de gabinete médico. En el caso de Villela, el ejercicio está centrado en el trabajo en textil, la gráfica y la escultura, enlace desde el cual genera una instalación que abre todo un entramado interno, y cuyas capas extrapolan la misma noción del tejido. Por otra parte, Georgina Santos y Foreman plantean una actualización del ritual. Santos propone, también en alusión a la enfermedad, la invocación de un conjuro que da cuenta de un tránsito. La pieza confronta tanto los utensilios e ingredientes del proceso como el registro del mismo. Foreman, por otro lado, parte de la poética para repensar las condiciones pictóricas. La metáfora que construye contiene en la misma tela el sentido invocado: “un canto para matar una culebra”.

Kasser Sánchez y Benjamín Torres indagan desde la práctica escultórica temáticas que reinventan la idea de cotidianidad. Sánchez alude a la cancha de básquetbol como una forma de evidenciar las condiciones utilitarias y comunitarias de dicho espacio, por medio de un lenguaje que combina códigos globales y locales. Por su parte, Torres lleva al dibujo y la narración a la bidimensionalidad, con el objetivo de alterar nuestras condiciones perceptivas a partir de un palimpsesto gráfico. Por último, Mauro Pech toma de esta cotidianidad las estructuras del lenguaje para apuntar las condiciones (imposibles pero creativas) de la traducción y las formas no tradicionales de lectura, con el fin de interpelar a un contexto específico.

Natalia de la Rosa